Ciencia, arte y religión en Abel Sánchez
La oposición entre ciencia y arte es la más evidente en Abel Sánchez. Qué duda cabe de que es un aspecto más que diferencia irreconciliablemente a los personajes, otro elemento que los separa. Joaquín es un científico, representa lo objetivo y lógico, lo racional, lo estrictamente formal, realiza el trabajo superior del intelecto; mientras que Abel, el artista, representa lo subjetivo, lo espiritual, el temperamento, realiza el trabajo superior con las emociones. En palabras de Domingo Ródenas, la dicotomía entre ciencia y arte es muy productiva semánticamente porque “permite desplegar una serie de eficaces antítesis que operan connotativamente en todo el texto.” [1]
De hecho, esta es la única función que tiene esta dicotomía en la obra, puramente anecdótica, útil para el desarrollo de la historia. Pero la oposición realmente trascendente – y en la que el arte juega sólo un papel de enlace [2] –, aunque no tan evidente, es entre ciencia y fe.
Estos dos conceptos son, en principio, contrapuestos por naturaleza. Tal como explica en este sentido Manuel Blanco, “El conocimiento racional no puede avalar con su autoridad nuestra hambre de inmortalidad.” [3], algo que sí que puede hacer, o al menos persigue, la religión. Pero el propio Unamuno apunta: “la verdad no la penetran ni el instinto ni el sentimiento; la verdad es cosa de la razón. (…) Es la razón lo que hace verdadero el sentimiento.” [4].
A pesar de esta marcada contraposición, en Abel Sánchez parecen mezclarse: aceptando que Abel representa lo espiritual (y por lo tanto, además del arte, la religión) y Joaquín lo racional, cabe destacar que el segundo es el que tiene el alma atormentada y el primero, el que pinta artificial y fríamente. Está claro que lo relativo al alma no está en el ámbito de estudio de la profesión de Joaquín, sino de Abel, y sin embargo, padece sus consecuencias: no es capaz de curarse. ¿Significa todo ello, acaso, que el escritor veía un punto de encuentro entre estos opuestos?
En efecto, parece que es así. Si la filosofía es “la ciencia crítica de los valores de validez universal” (palabras de Windelband) “¿Qué valores de más universal validez que el valor racional o matemático y el valor volitivo o teológico en conflicto el uno con el otro?” [5], se preguntaba. Así, la filosofía actúa de mediadora y el conflicto, a parte de ser irremediable, provoca que cada una de las partes esté completa.
Unamuno se niega a consentir que un cientificismo desconsiderado anule la parte espiritual del individuo que le obliga a buscar su supervivencia y su trascendencia: “O imbécil o creyente, no quiero que sea mi mente mi tormento y que envenene mi vida la certeza de mi fin, y la obsesión de la nada.” [6] Por otro lado, no puede dejar de confiar del todo en las ciencias exactas, en la lógica, en lo estrictamente formal: en lo que permite, en definitiva, alcanzar verdades universales.
No pude dejar del todo de lado la razón por un afán ilustrador: en enseñanzas científicas, rigurosas, en la linea krausista. Pero sin obviar el alma, lo humano, lo religioso; no en el sentido dogmático o intransigente, sino de realización personal y espiritual. En resumen, tal y como explica Manuel Blanco, Unamuno “Concluye que la ciencia, cuando ve claro, no tiene derecho a burlarse de la fe, porque también hay momentos en que la razón no puede arrojar luz sobre el misterio del hombre” [7], sin embargo “a pesar de la desconfianza y de las críticas, Unamuno no niega la función de la razón y su valor en la actividad humana.” [8]
Existe una forma de trascendencia del espíritu muy presente en Abel Sánchez: la vida de la fama. Tal vez no es a lo que se refiere Unamuno cuando habla de trascendencia, o, mejor dicho, se refiere ésto solo en parte. De lo que no hay duda es de que es algo que considera. En una ocasión, confiesa: “El fin, confesado o no, de todo publicista que no trabaje para comer tan sólo es conquistar renombre y gloria, es salvar su espíritu del anegamiento del olvido, ya que no tenga siempre confianza en salvar su espíritu del sueño último e inacabable, del sueño sin ensueños ni despertar, mar sin cielo, sin fondo y sin orillas.” [9]. De nuevo se puede comprobar aquí que Unamuno se resiste a morir. Busca un espíritu trascendente y la fama, la gloria, es solo una forma de resistencia más. Del mismo modo, tanto Abel como Joaquín, sus personajes, tratan de conseguir la gloria que salvará su espíritu – el segundo de forma confesa, el primero tal vez algo más implícita.
No es el único elemento autobiográfico [10] presente en Abel Sánchez. Joaquín, atormentado, busca la salvación primero en la ciencia y luego en la religión. Llama la atención el paralelismo que esto constituye con algo de la biografía del propio Unamuno: la lectura de autores racionalistas le hacen dudar de la fe durante varios años en los que su confianza en la ciencia alcanzó su máximo exponente. Sin embargo, una enfermedad que contrajo su hijo y que le llevó a la muerte le hacen perder la confianza en la ciencia y eso “contribuyó […] al recrudecimiento de sus zozobras religiosas [11] hasta convertirlas en una profunda crisis espiritual que trastocaría su visión del mundo” [12].
Lo que sigue en la historia guarda también cierto paralelismo con la vida de Unamuno: Joaquín sigue atormentado y buscando la solución a caballo entre la religión y la ciencia y finalmente determina que su gloria – que por supuesto pasa por la anulación de la gloria de Abel – llegará gracias a la redacción de unos textos en los que recogerá las verdades universales, por una parte, en el libro que habría de escribir su aprendiz; y lo más íntimo de su espíritu, para que trascienda mediante la lectura que habría de realizar su hija, en sus Confesiones. Bien es verdad que por lo que está atormentado el creador es algo distinto de lo que atormenta al creado, pero sin duda Unamuno se identifica con su creación Joaquín como lo demuestran no solo estas similitudes, sino el gran miedo que tiene a la muerte. Joaquín es humano, está en contacto con lo que es de este mundo, alejado de aquél. Está en este mundo porque ha sido obligado a existir. Y el humano muere, sobre todo muere.
Notas
[1] Ródenas, Domingo (Ed.): Abel Sánchez, San Manuel Bueno, mártir, Cómo se hace una novela y otras prosas. (Barcelona: Crítica, 2006) pgs. XLII y ss.
[2] El cuadro que mayor gloria reporta a Abel Sánchez es de carácter religioso. Pero a demás el arte tiene pretensiones de inmortalidad, de trascendencia a la muerte del artista. La trascendencia y la inmortalidad normalmente están relacionados con el ámbito de la religión, muy alejadas de algo cuyo objeto es tan perecedero y mundano como la medicina.
[3] Blanco, Manuel: La voluntad de vivir y sobrevivir en Miguel de Unamuno: el deseo del infinito imposible. (Madrid: ABL Editor, 1994) pg. 57.
[4] Ibidem pg. 56
[5] París, Carlos, Unamuno: Estructura de su mundo intelectual. (Barcelona: Anthropos, 1989) pg. 77
[6] Ibidem pg. 54
[7] Blanco, Manuel: Op. Cit. pg. 55.
[8] Blanco, Manuel: Op. Cit. pg. 56.
[9] París, Carlos, Op. Cit. pg. 44
[10] Por supuesto, Abel Sánchez no es una autobiografía, ni siquiera una fábula o una alegoría autobiográfica. Pero evidentemente Unamuno escribe en base a lo empírico, a la experiencia, que es el único material de que dispone el escritor –¿de qué otro podría disponer?–.
11 Cabe destacar que algunos críticos consideran esta nueva aproximación a la fe como algo en cierto modo artificial, como por ejemplo apuntan Carlos Alvar, José-Carlos Mainer y Rosa Navarro en su Breve historia de la literatura española: “La crisis espiritual de 1989 codificó sus presupuestos. Abandonó el socialismo, aunque no el progresismo social, y regresó a una fe voluntarista, hija del esfuerzo de creer mucho más que de la certidumbre.” (Madrid: Alianza Editorial, 2005).
[12] Ródenas, Domingo (Ed.), Abel Sánchez, San Manuel Bueno, mártir, Cómo se hace una novela y otras prosas. (Barcelona: Crítica, 2006) pg. X.
Bibliografía
BLANCO, Manuel: La voluntad de vivir y sobrevivir en Miguel de Unamuno: el deseo del infinito imposible. Madrid: ABL Editor, 1994.
PARÍS, Carlos, Unamuno: Estructura de su mundo intelectual. Barcelona: Anthropos, 1989.
RÓDENAS, Domingo (Ed.), Abel Sánchez, San Manuel Bueno, mártir, Cómo se hace una novela y otras prosas. Barcelona: Crítica, 2006.